Fecha: 03/07/2006
Categoría: Literatura
Keywords: Napoleón, Maquiavelo
Por Pablo Besarón.
El 18 de junio de 1815, tras la batalla de Mont-saint-Jean, entre los restos y desperdicios del asedio, en la carroza usada por Napoleón Bonaparte, se hallan unos manuscritos que se corresponden a las anotaciones hechas por Bonaparte a El Príncipe de Maquiavelo.
Hoy en día, podemos acceder a tal edición, con el título más que sugestivo de «El príncipe de Nicolás Maquiavelo comentado por Napoleón Bonaparte». «Dos libros en uno», es la primera sensación apenas uno comienza a hojear el libro.
El príncipe de Maquiavelo, por un lado, y un texto maquiavélico por otro. Porque una cosa es el texto de Maquiavelo, y otra cosa diferente es lo que suele llamarse lo maquiavélico, que es una lectura posible del libro.
Las anotaciones de Bonaparte, precisamente, se inscriben en una lectura maquiavélica. Maquiavelo escribe El príncipe retirado de la vida pública a despecho tras la vuelta de los Medici al poder en Florencia. El libro está dirigido explícitamente a Lorenzo de Medici, incipiente príncipe en el poder. Aquella situación que le incomoda a Maquiavelo que da una intencionalidad deliberada a su libro es la situación desmembrada y asediada por extranjeros (españoles, alemanes, franceses, suizos) de Italia.
En este sentido, la figura del príncipe, viene a ser la focalización en algo que de cohesión y unidad a Italia. Hoy en día, por su estilo de escritura, El príncipe encuentra similitudes con los libros de autoayuda: una escritura que constantemente apela a un tú a quien va dirigido el discurso, dando consejos, basados en la experiencia, con una finalidad práctica: Si sigues mis consejos, nos dicen los libros de autoayuda, sean de carácter psicológico como aquellos libros de autoayuda para el managment avalados por prestigiosos egresados de academias donde se aprende a hacer buenos negocios, Si siguen mis consejos, en tu vida serás feliz y se solucionarán todos tus problemas.
Por un lado, entonces, una entrada posible al texto de Maquiavelo es de carácter didáctico y realizativo: una escritura que por parte del lector, no debe quedarse en el mero placer de la lectura: «…Mi intención ha sido escribir un libro útil para quien lo lea…» (Cap. XV).
Otra lectura posible es ver en El príncipe los inicios de una ciencia política que introduce el concepto de Estado y el concepto de razón de estado.
Para definir este nuevo objeto, Maquiavelo diferencia la política tanto de la ética como de la religión o de la metafísica. En todo caso, existe una moral pragmática o realista (aquello que suele ser entendido por lo maquiavélico), donde todo ideal de proceder se subordina a la finalidad última del príncipe que consiste en mantenerse en el poder del principado.
A partir de esta premisa, dentro de los consejos que da Maquiavelo, sea ganarse la estima del pueblo, generar temor hacia su persona (el temor hacia la autoridad del príncipe contribuye a la quietud de los súbditos, según Maquiavelo), o tener fama de religioso, no son sino estrategias para conservar la cohesión del Estado y el poder. Todo es cuestión de estrategias y simulacros. No importa si efectivamente el príncipe sea un hombre creyente en la religión o si es un hombre prudente, lo que importa es la fachada de una ficción construida a partir de aquellas constantes que Maquiavelo remarca como eficaces para lograr el fin deseado.
De todos modos, cabe aclarar que Maquiavelo no es maquiavélico. Su visión del hombre es desencantada: «…De los hombres en general se puede decir esto: que son ingratos, volubles, hipócritas, huyen del peligro y están ávidos de ganancia; y mientras te portas bien con ellos y no los necesitas, son todo tuyos, te ofrecen su sangre, sus bienes, su vida, y hasta a sus hijos…Pero, cuando llega el momento, te dan la espalda.» (Cap. XVII).
No obstante, si esta noción sobre el hombre permitiese justificar cualquier desborde por parte del príncipe, sólo se recomienda «hacer el mal» en situaciones específicas donde tal accionar es necesario para el mantenimiento del Estado, es decir, lo que la teoría política denomina acciones de razón de estado: casos especiales de decisiones políticas al margen de lo consensuado comúnmente como legítimo. Y en este punto Maquiavelo es bastante explícito, sólo debe obrarse en el mal (el uso del concepto del mal en sí mismo es una prueba de la valoración negativa dada en estos casos), como excepción, y siempre y cuando corra riesgo la estabilidad del Estado.
La prueba más fehaciente de que Maquiavelo no es maquiavélico consiste en su recurrente consejo al príncipe de ser prudente en sus decisiones, siendo la prudencia el conocer los obstáculos que se le presenten en su toma de decisiones «tomando por bueno el menos malo de los obstáculos».
En cuanto a los comentarios de Napoleón sobre El príncipe, se trata de un lector utilitario que contrasta y corrige el original a partir de su propia experiencia. A simple vista, Bonaparte parece ser el lector a quien está dirigido el libro, o, en todo caso, su propia vida política es una de las consumaciones posibles de la puesta en práctica de los consejos de Maquiavelo. Tres son los procedimientos de lectura de Napoleón: corrige y niega a Maquiavelo en todo aquello que su experiencia le demuestra lo contrario, niega todo ademán contemplativo o «pusilánime» de Maquiavelo, y usa como procedimiento la hipérbole, resaltando todo rasgo que se refiera al uso de la fuerza o al abuso del poder. Esto último es lo básico en su lectura, lo propiamente maquiavélico.
La hipérbole está en resaltar los consejos sobre generar temor en los súbditos, en el uso de la fuerza y la coacción y en todo aquello que Maquiavelo menciona dentro de la noción de hacer el mal. Por momentos, Napoleón juega a ser un lector mimético, que se ve reflejado en el texto de Maquiavelo, presume que el autor lo prefigura, que está hablándole directamente, que es su precursor.
La lectura continua entre el cuerpo del libro y las notas al pie de página con las anotaciones de Bonaparte, por momentos, implican un contraste entre el intelectual teórico y el hombre práctico, por momentos, se trata de un modo posible sobre cómo un «hombre de acción» lleva a la práctica la teoría, y, en este sentido, las anotaciones de Bonaparte vendrían a ser una continuación de El príncipe.
Así como le hubiese gustado a Maquiavelo: un lector utilitario. La visión desencantada sobre los hombres de Maquiavelo, para Bonaparte es evidente. Maquiavelo sistematiza, clasifica, da ejemplos, contrasta.
Bonaparte es enfático, reiterativo, mayúsculo, «yoico». Abruma Napoleón, habla de sí mismo constantemente, se ve reflejado en todas las cosas. Su énfasis, tras leídas las primeras páginas, ya se hace previsible.
Si al principio de la lectura uno se siente atraído por el contraste, avanzada la lectura, sin temor a perderse algo considerable, se puede prescindir de leer algunas anotaciones.
Como lectores, se nos impone tomar una decisión: ¿seguimos leyendo la totalidad de las notas al pie? Una toma de posición hace falta, sin duda: ¿optamos por la lectura de El príncipe, o nos decidimos por la versión maquiavélica? .
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