Fecha: 03/07/2006
Categoría: Literatura
Keywords: Marqués Sade, Revolución Francesa
Por Pablo Besarón.
El Marqués de Sade (1749-1814), es un hombre de su tiempo. Su vida y su escritura, durante el siglo XX, tras su reivindicación hecha por Apollinaire y por el surrealismo y tras la difusión de las ideas de Nietzche y de Freud, se han convertido en precursores de nuestro tiempo.
Sade como precursor de nuestro tiempo
Leyendo sus libros, por más que le pese al ex-seminarista Jacques Lacan, puede verse que se anticipan algunas ideas tanto de Nietzche como de Freud. La escritura de Sade es nietzcheana en cuanto a la crítica del cristianismo como una doctrina que implica asumir la debilidad de sus seguidores que, negándose a moverse por sus impulsos y su voluntad, acatan pasivamente la sumisión a un conjunto de reglas que no hacen sino restringir la libertad y la voluntad individual. “Esta es la historia de un largo error”, dirán tanto Sade como Nietzche. Del pensamiento de Freud, en Sade puede encontrarse tanto la noción de que todo impulso amoroso implica en su origen un deseo sexual (esto mismo ya había sido dicho por Ovidio en el siglo I a.e.c. en su Ars Amatoria), como el concepto del incesto como algo presente constantemente en la vida de las personas. Y fundamentalmente, la idea de que las leyes y la sociedad en su conjunto (o el “interdicto” según George Bataille) tienden a sancionar y reprimir el deseo sexual.
Sade en el contexto de la Revolución Francesa
Sin embargo, a pesar de que nosotros, lectores post-freudianos y post-nietzcheanos, reconozcamos en la lectura de Sade huellas más próximas a nuestro modo de leer, Sade es un hombre de su tiempo. Sus ideas están impregnadas por el contexto de la revolución francesa.
La utopía social para Sade se funda en dos nociones: naturaleza y libertad. El comportamiento de las personas, según Sade, debería estar regido por las leyes de la naturaleza, que suelen estar deformadas y aplacadas por las instituciones sociales, por el matrimonio, por la sanción contra el adulterio y por la sanción a todo deseo individual. Frente al “hombre natural” de Rousseau que nace bueno y la sociedad lo deforma, la naturaleza en Sade nos hace nacer solitarios y egoístas. Por otra parte, la naturaleza se rige por leyes de creación y de destrucción, irracionalidad y exceso. La normativa social aplaca todos estos ademanes “naturales” de desenfreno y de tendencia hacia el crimen en toda persona. La naturaleza viene a sustituir en el pensamiento de Sade aquello que le atribuye a la religión y a las leyes: tiene un carácter despótico e irrevocable. Sade reemplaza el despotismo de aquellas instituciones que condena por otro despotismo supuestamente “natural”.
Un noble burgués
Su pensamiento y su vida son los de un noble que piensa como un burgués; es decir, dicho con palabras de su época, alguien con ciertos ademanes despóticos y privilegios de clase, y a la vez, un republicano que aspira a la libertad individual. Para lograr una plena libertad individual, regida por las leyes del deseo, hace falta negar al otro. Así, por ejemplo, las mujeres por su propia naturaleza nacieron para saciar los deseos de todos los hombres. En palabras de Bataille, “Sade intentó utilizar los privilegios que poseía del régimen feudal en beneficio de sus pasiones”.
Lo rescatable del pensamiento de Sade consiste en que vio la faceta que suele negarse en el hombre en cuanto al deseo, lo irracional y la sexualidad. Su límite consiste en la afirmación absoluta del deseo en desmedro tanto del otro como de la humanidad como instancia cultural (“Nada nos diferencia de los animales”, dirá en su Filosofía en el tocador). El hecho de que el único patrón válido para regirnos consista en acatar la voluntad individual, sin miramientos hacia quien nos rodea, sin que el asesinato, la violación y el adulterio impliquen una sanción social, es un individualismo a ultranza que niega la humanidad y la contradicción.