Investigación en historiografía: del positivismo al diálogo interdisciplinario

Por Raúl A. Zavala.

Ante cualquier duda consúltenos y lo asesoramos sin cargo.

Relación entre métodos y modelos historiográficos:

El estudio de la teoría e historia de la historiografía nos muestra que las variaciones en los paradigmas dominantes desde que el estudio del pasado tomó un carácter profesional han sido determinantes también sobre los cambios en sus métodos de investigación. Si bien la indagación en los documentos y los archivos disponibles se ha mantenido como una de las acciones más decisivas hasta el día de hoy para el quehacer de los historiadores, en la actualidad coexiste con otras actividades que implican un acercamiento a otras ciencias sociales.

Recordemos una vez más que la historia no tomó su status profesionalizado sino a fines del siglo XIX. Antes de eso, existieron infinidad de trabajos escritos sobre un pasado más o menos distante, realizados dentro de un amplísimo abanico que iba desde textos de una rigurosidad casi exhaustiva hasta relatos que mezclaban lo real con lo fantástico de manera casi literaria. Tampoco se transluce en ellos mucha toma de distancia objetiva, sino que en la mayoría de los casos, la subjetividad ideológica de quien escribe estas “historias” aflora sin el menor esfuerzo. El investigador de la historiografía orientalista Bernard Lewis englobó a la mayoría de estas obras dentro de las categorías que define como historia recordada o historia inventada, para separarlas del fruto del trabajo de los historiadores profesionales, ubicado en  la historia rescatada (Lewis, 1979).

El positivismo como medio de convertir a la historia en ciencia:

Vamos a centrarnos en dos ejemplos donde se produjo la transformación definitiva de la historia en una disciplina académica basada en la investigación, y su aplicación en la formación de futuros especialistas dentro del ámbito universitario. Estos son los casos de Francia y Argentina, que experimentaron esta transición en épocas más o menos contemporáneas, esto es, en las últimas décadas del siglo XIX. Por aquellos años, se afirmaba también en ambos países una forma de estado moderno que necesitaba legitimarse en el pasado nacional, aunque debía mostrar al resto de la sociedad que esto lo hacía casi siempre de manera objetiva y racional, con el objeto de integrar en su seno a sus ciudadanos.

La producción escrita de los nóveles historiadores profesionales se consolidó en un formato erudito, que condensaba un conjunto de operaciones técnicas propias de sus trabajos de investigación. El relato del pasado se construyó sobre una nutrida y verificable base documental, y se reforzó con la crítica y confrontación de las fuentes disponibles. Esto lo diferenció claramente con la literatura de ficción histórica, y además lo distanció del discurso teológico, donde las referencias a los textos eran solo una cuestión de autoridad dogmática, fuera de toda confrontación como la que se hacía en el ámbito de la discusión de las fuentes históricas. De manera visible, las notas a pie de página y los apéndices documentales y críticos mostraban a los lectores que estaban en presencia de un trabajo de investigación profesional, cuyo fin último era estudiar el pasado para encontrar en él una comparación válida para la reflexión sobre el presente (Devoto, 2010).

Surgimiento e institucionalización del positivismo:

Pero la institucionalización del modelo del historiador experto no se realizó sin conflictos con sus predecesores románticos y/o conservadores. En Francia, la obra de Hipólito Taine, Les origines de la France contemporaine, publicada en 1876 como primera parte de una serie de trabajos que llegaban hasta la época napoleónica, generó una ardua polémica, no tanto por la forma en que fue escrito, sino por su contenido abiertamente crítico de la Revolución Francesa. Los posteriores historiadores académicos  reconocieron a Taine el método de la interpretación y la erudición, pero no dejaron de refutar sus conclusiones sobre la patología mental del régimen revolucionario. Afirmaron también que el uso abundante de fuentes no implicaba de por si una interpretación objetiva de las mismas, sobre todo si quien hacía todo esto era guiado por ideas preconcebidas, tal como sucedía, según estos especialistas, con Taine. Algunos de estos últimos, como A. Aulard, fueron más allá y afirmaron en su Taine, Historien de la Revolution Francaise (1907) que la base documental empleada en Les origines no solo no había sido adecuadamente criticada por su autor, sino que además era más pequeña y había sido seleccionada arbitrariamente solo para justificar la tesis prejuiciosa sobre el tema. Por lo tanto, para Aulard, Les origines carecía de todo valor para un estudio serio de la Revolución (Devoto, 1992).

Por su parte, en Argentina este conflicto se ejemplificó sobre todo con el debate entre Bartolomé Mitre y Vicente Fidel López. Mientras que Mitre había basado sus obras más conocidas, como la Historia de Belgrano, en una exhaustiva indagación sobre los archivos y documentos disponibles sobre el pasado, López exponía sus argumentos basados en la presunción a priori de que toda interpretación sobre los hechos históricos estaba condicionada por la ideología de quienes la escribían.(Carbia, 1925). Ambos polemistas locales tomaron también a Les origines como una prueba más a favor de sus opiniones. Mitre rescataba de Taine su metodología de investigación sobre las fuentes como el único camino seguro para formular cualquier narrativa histórica seria y verificable. En tanto que López desnudaba el pensamiento proveniente de las tradiciones contrarrevolucionaria y liberal conservadora que inspiraba al autor de  Les origines (Devoto, 1992).

A partir de la década de 1880, y hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial, es cuando el positivismo se convirtió en el paradigma dominante de los estudios sobre la historia a nivel mundial. Ello ocurrió en paralelo al gran prestigio que habían adquirido la investigación científica, su aplicación en los avances tecnológicos, y la ideología del progreso ilimitado, herencias todas del Iluminismo del siglo XVIII. Para ponerse a la altura de las ciencias naturales, la historia debía aproximar su metodología y estudio todo lo más posible a las primeras, hasta ganarse el status de disciplina académica. Frutos de este esfuerzo fueron, por ejemplo la mencionada obra de A. Aulard, quien para aquel entonces ejercía como profesor a cargo del curso de “Historia de la Revolución Francesa” en la Sorbona y ya había escrito además la Histoire politique de la Revolution Francaise(1901).También puede decirse lo mismo de la Histoire socialiste de la Revolution Francaise,  publicada entre 1901 y 1904 por el conocido dirigente del socialismo francés, Jean Jaures. Como un rasgo en común entre ambos trabajos, puede reconocerse un decidido esfuerzo en refutar las conclusiones de Taine, ya para entonces desterrado del ámbito universitario galo (Devoto, 1992).

El positivismo se imponía también sobre la producción historiográfica argentina entre la primera presidencia de Julio A. Roca (1880-86) y la sanción y aplicación de la Ley Sáenz Peña (1912-16). Pero en este caso se trató  más que de un análisis centrado sobre la historia política y/o la acción de los grandes dirigentes, en la influencia de los factores provenientes de la misma naturaleza. Por ejemplo, José María Ramos Mejía editó en 1878 la primera parte de Neurosis de los hombres celebres de la historia argentina, seguido en 1896 por  La locura en la historia, en las que son evidentes los esfuerzos del autor por explicar los cambios históricos desde una base provista por la psiquiatría. José Ingenieros, por su lado, se ubicaba bajo la influencia del darwinismo histórico con aportes provenientes del marxismo clásico en el artículo suyo titulado “De la barbarie al capitalismo” (1899). Cabe señalar que a pesar de estas orientaciones provenientes de las ciencias naturales, el positivismo argentino empleó la misma metodología que sus modelos europeos, esto es, la búsqueda sistemática en los archivos, la selección y confrontación de las fuentes, y la elaboración de hipótesis explicativas que fueran (o parecieran) objetivas. Para apuntalar la labor de los investigadores, el estado argentino nacionalizó en 1884 la Biblioteca y el Archivo Histórico, que fueron reorganizados por sus directores, Paul Groussac y Agustín Pardo (Devoto, 2010).

Superación y legado del positivismo:

La crisis que provocó la Primera Guerra Mundial sobre el paradigma de la idea de progreso y el cientificismo supuestamente objetivo repercutió también sobre el positivismo, poniendo en evidencia sus limitaciones. En Francia, un grupo de historiadores nucleados en torno de la revista Annales, comenzaron a reclamar un diálogo interdisciplinario con otras ciencias sociales, como lo hicieron en una primera instancia y durante la primera postguerra Lucien Febvre, Marc Bloch, Henri Pirenne y Fernand Braudel con la geografía.  Con el correr de los años, variaron los interlocutores, incorporándose enfoques economicistas, sociológicos y antropológicos que enriquecieron los estudios sobre determinadas áreas, especialmente las de las historia de las ideas y cultural.  A su vez, los aportes provenientes de la microhistoria le dieron una dimensión más completa al relato macrohistórico centrado hasta entonces en los grandes eventos (Devoto, 1992).

La historiografía argentina también tuvo su crisis del positivismo, que generó distintas corrientes contrapuestas como la “Nueva Escuela Histórica”, el “Revisionismo Histórico” y la “Historiografía de las Izquierdas”. Pero en todas estas puede apreciarse una característica común: la persistencia mayoritaria del análisis político, en consonancia con la crisis institucional que afectó al estado argentino entre 1930 y 1983. Solo la llamada “Renovación Historiográfica”, que se desarrolló en las universidades nacionales primero entre 1955 y 1966 y luego desde la restauración de la democracia en 1983, planteó un diálogo interdisciplinario entre la historia y otras ciencias sociales a la manera en que se estaba dando en Europa. Investigadores como Tulio Halperin Donghi, José Luis Romero, Sergio Bagu y José Carlos Chiaramonte son ejemplos de este cambio (Devoto, 2010).

Como balance final, podemos decir que aun cuando los postulados básicos del positivismo fueron superados, muchos de los métodos de investigación que planteó siguen vigentes: la indagación sistemática en  archivos; la selección, el contraste y critica de fuentes (análisis heurístico); la elaboración de conclusiones apoyadas en documentos primarios y secundarios (síntesis hermenéutica) y el formato erudito con notas y citas para documentar todo el trabajo historiográfico.

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Bibliografía

Carbia, Rómulo, Historia critica de la historiografía argentina. La Plata: Universidad Nacional de la Plata, 1925.

Devoto, Fernando J. Entre Taine y Braudel. Buenos Aires: Biblos, 1992.

Devoto, Fernando y Pagano, Nora. Historia de la historiografía argentina. Buenos Aires: Sudamericana, 2010.

Lewis, Bernard. La historia recordada, rescatada, inventada. México DF: Fondo Cultura Económica, 1979.

 

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